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Arte y Cultura

Los mayores íconos de la tradición argentina son árabes, por Ioana Korn (I parte)
 


Tradiciones argentinas. źalaluddín Ákbar (1542-1605), el tercer emperador de la dinastía musulmana de los Grandes Mogoles de la India, puso de moda el polo con los jugadores montados sobre elefantes.
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La herencia hispano-árabe en la República Argentina refleja la riqueza y diversidad cultural del país. La influencia árabe en el país proviene principalmente de la época de la colonización española y, en menor medida, de la inmigración árabe durante los siglos XIX y XX.
“Gaucho”, por ejemplo, es una palabra árabe desfigurada. Es fácil encontrar su parentesco con la palabra chauch que en esa lengua significa “conductor de ganados”. En las ciudades españolas de Sevilla y Valencia, al conductor de ganados todavía se le nombra “chaucho".

El escritor y político argentino Leopoldo Lugones reivindica la cultura de la pampa y su legado hispano-árabe. En su obra cumbre, El payador, de 1916, explica el origen de la palabra jinete:
"Es sabido que el arte de cabalgar y de pelear a la jineta, así como sus arreos, fue introducido en España por los moros, cuyos zenetes o caballeros de la tribu berberisca de Banu Marín, diéronle su nombre específico. Así, jinete, pronunciación castellana de zenete, fue por antonomasia el individuo diestro en el cabalgar".

La terminología gauchesca que deriva del árabe es vastísima. Basta con nombrar la alpargata (ár.: al-bargat, “la zapatilla”), el aljibe (ár. al-yubb, “el pozo”), la guitarra (ár. al-qitar, “la cuerda”), etc.
“No es fuera de propósito recordar aquí las semejanzas notables que presentan los argentinos con los árabes. La rienda de los árabes es tejida de cuero y con azotera como las nuestras; el freno de que usamos es el freno árabe y muchas de nuestras costumbres revelan el contacto de nuestros padres con los moros de Andalucía. De las fisonomías no se hable: algunos árabes he conocido que juraría haberlos visto en mi país”, escribió Domingo Faustino Sarmiento en Facundo.

El juego de la taba y la sortija reiteran el gusto por dos entretenimientos populares del medio hispanoárabe, importados del norte de África (Marruecos y Argelia).
Aunque los juegos de naipes se hallaban difundidos en España, el truco, de invención árabe, no alcanza allá sino entre nuestros paisanos su más extensa popularidad.
El nombre del juego es de origen árabe (truk), y los lingüistas creen que es el origen etimológico de la palabra truco, debido precisamente a los ardides que se emplean en cada partida.

Dicen los especialistas que los musulmanes españoles disponían de una baraja entera, pero que en un descuido, unos chicos la tomaron para jugar a la guerra. Recortaron las figuras, es decir, los reyes, caballos y sotas; designaron el as de oros como símbolo y el de copas para premio de los campeonatos.
Claro está, quedaron nada más que las cartas con las que se juega al truco. Disgustados al ver que no podían hacer una partida de brisca, idearon otro juego y de allí nació el “truk”.

Mención especial merece el polo, considerado casi “autóctono” en Argentina. Su nombre, con el que fue conocido posteriormente, deriva de pulu, que significa “pelota” en tibetano.
El historiador musulmán al-Tabari, que vivió entre 839 y 923, ya acredita en su Historia de los Profetas y de los Reyes que el polo es un deporte del antiguo Irán llamado en persa chougán, término que significa "taco" o "mazo".

Los príncipes musulmanes en la India fueron entusiastas jugadores de polo y llegaron a inventar una pelota fosforescente para jugar de noche.
źalaluddín Ákbar (1542-1605), el tercer emperador de la dinastía musulmana de los Grandes Mogoles de la India, puso de moda el polo con los jugadores montados sobre elefantes.

El pato es un deporte practicado desde principios del siglo XVII por los gauchos que habitaban la pampa. En el año 1953, en mérito a sus tradiciones y arraigo, fue declarado “Deporte Nacional” argentino.
Sin embargo, el pato no es rioplatense sino tiene su origen en el buzkashí, un juego ecuestre que es el deporte nacional de Afganistán.

Consiste en dos equipos de jinetes, en un campo de aproximadamente dos kilómetros de longitud. El objetivo del juego es conducir una cabra sin cabeza y sin extremidades, desde un extremo del campo al otro.
Los integrantes de ambos equipos pugnan para llevarse el cuerpo de la cabra al centro del terreno de juego.

El Dr. Whitney Azoy, prestigioso antropólogo norteamericano, se pregunta: "¿Cómo no pensar aquí en la impresionante semejanza, entre el 'pato' argentino y el ‘buzkashí’, juegos en que los jinetes se disputan los despojos aquí de un pato, allá de una cabra, o entre el polo y el 'chougán'”, se pregunta en su artículo Buzkashi: Game and Power in Afghanistan, publicado por University of Philadelphia Press, en 1982.
Por lo tanto, algún día, alguien tendría derecho al menos a preguntarse si el Martín Fierro es cien por ciento industria nacional.

 


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