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Culto

La misteriosa “Mujer vestida de azul”, un fenómeno de bilocación entre España y América que derrotó a la Inquisición
 


Estatua yacente (arriba) y cuerpo incorrupto (debajo) de Sor María de Jesús de Ágreda, en la iglesia del Convento de las Concepcionistas de Ágreda.

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  • Cuando el año 1629 los franciscanos llegaron por primera vez a San Antonio de la Isleta, en Nuevo México, los indios les contaron que habían sido evangelizados antes por una mujer vestida de azul. Por supuesto que eso era imposible, ninguna mujer podía, en aquella época, ser misionera y predicar. Las mujeres solo ingresaban a claustros de clausura. A medida que los frailes recorrían la región, encontraban la misma respuesta “vino una señora vestida de azul...”.
    ¿Quién podría ser esta misteriosa mujer? Con los años se reveló el misterio. Se trataba de una monja de clausura de la región de Soria, España, que pertenecía a la orden de las concepcionistas franciscanas. Su nombre era Doña María Coronel y Arana, luego conocida como la venerable María de Jesús de Agreda.

    María nació en la histórica ciudad soriana de Ágreda, en el seno de una familia de rancio abolengo político y no menos cristiano. Sus padres eran Francisco y Catalina, de honda religiosidad franciscana.
    Tuvieron dos hijos y dos hijas. Y los seis miembros de la familia abandonaron el mundo y sus comodidades y abrazaron la vida religiosa.

    Francisco, el padre, con sus dos hijos Francisco y José profesaron en el convento de San Antonio de Nalda (La Rioja), en la provincia franciscana de Burgos. La madre, Catalina, con sus dos hijas abrazaron la vida monástica en el monasterio que construyeron en su propia casa-palacio bajo la regla de la Orden de Concepcionistas Franciscanas en 1620.
    Este gesto de las mujeres de la familia Coronel y Arana deseaban evocar a la fundadora de la orden, Santa Beatriz de Silva, que abandonó el monasterio de Santo Domingo de Toledo, donde hacía vida retirada con las dominicas en 1484, para fundó el primer monasterio concepcionista en los palacios de Galiana, cedidos por la reina Isabel la Católica.

    María, desde pequeña, sintió el llamado a la vida del claustro. A los doce años pensó en ingresar al monasterio carmelita de Tarazona, donde en aquella época ingresaban como “educandas”. Pero al llegar a los trece años casi muere. Estaba tan grave que ya habían adquirido el ataúd, las velas y se había abierto la fosa en la capilla.
    Por ser de familia noble y principal poseía el derecho de ser sepultada, con enterratorio señorial propio de su abolengo, dentro de un templo. Estando en ese trance María tuvo una revelación, en la cual se le solicitaba que su casa se convirtiera en convento, como leímos más arriba.

    El pueblo se enteró que la familia completa desea ingresar en alguna orden. Eso generó revuelo en la zona, dado que no era una familia cualquiera sino que tenían responsabilidades civiles para con la ciudad. Incluso se llegó a decir que esa decisión era “una afrenta al matrimonio establecido por la iglesia”.
    Vencidas estas resistencias, la casa de María se transformó en convento de la orden de la Inmaculada Concepción, advocación es la patrona del reino de España, y no la Virgen del Pilar como casi todos creen. En 1618 se creará un nuevo convento, adoptando la “descalcez” es decir una observancia más estricta de la regla que en los conventos de las “calzadas”.

    Sor María tenía 16 años cuando tomó los hábitos junto a su madre y hermana. Pronto hubo nuevas vocaciones. En 1620 tomó los votos y comenzó su vida entre los muros de su ex casa, ahora monasterio. Sor María comenzó a tener estados místicos y arrobamientos. También sentía una imperiosa necesidad de evangelizar a los naturales del nuevo mundo. Y acá comienza el tema por demás extraño y hasta el día de hoy, inexplicable.
    La tarea evangelizadora de sor María se hizo patente durante tres años, de 1622 a 1625, contándose por lo menos 500 presencias en diversas zonas de Nuevo México (en la actualidad repartidas entre Nuevo México, Texas y Arizona), y recogidas por los misioneros franciscanos españoles que allí llegaron para idéntico fin.

    Ella misma nos lo narra en una de sus cartas:
    “Paréceme que un día, después de haber recibido a nuestro Señor, me mostró Su Majestad todo el mundo, y conocí la variedad de cosas criadas; cuán admirable es el Señor en la universidad de la tierra; mostrábame con mucha claridad la multitud de criaturas y almas que había, y entre ellas cuán pocas que profesasen lo puro de la fe, y que entrasen por la puerta del bautismo a ser hijos de la santa Iglesia.
    Dividíase el corazón de ver que la copiosa redención no cayese sino sobre tan pocos. Conocía cumplido lo del Evangelio, que son muchos los llamados y pocos los escogidos... Entre tanta variedad de los que no profesaban y confesaban la fe, me declaró que la parte de criaturas que tenían mejor disposición para convertirse, y a que más su misericordia se inclinaba, eran los del Nuevo México y otros reinos remotos de hacia aquella parte. Él manifestarme el Altísimo su voluntad en esto, fue mover mi ánimo con nuevos afectos de amor de Dios y del prójimo, y a clamar de lo íntimo de mi alma por aquellas almas”.

    Los padres franciscanos comentaban que cuando llegaban a alguna ciudad los naturales del lugar ya estaban evangelizados. Esto alertó a los dominicos que regenteaban la Inquisición y olían a brujería y satanismo, sobre todo porque era una mujer que realizaba esta tarea.
    Fue fray Alonso de Benavides quien desplegó averiguaciones a partir de 1630. Preguntando y buscando por toda España pudo dar con la abadesa del monasterio de la concepcionista de Agreda Sor María de Jesús.

    El inquisidor no tuvo miramientos para con la joven monja al analizar si tenía tratos con el demonio, pero ella contestaba con simpleza y tranquilidad cada embestida del dominico, lo que hacía que se pusiera más furioso, porque no demostraba terror y temor ante su presencia. Sor María de Jesús ratificó todas las noticias que la situaban allende los mares.
    Le dijo que había viajado a tan remoto lugar para difundir la palabra de Dios y como avanzada de los misioneros franciscanos, en aproximadamente quinientas ocasiones, a veces dos viajes en el mismo día, pero que no podía explicar cómo lograba ese estado de bilocación.

    Con insistencia, Benavidez le solicitó nombres, descripciones de lugares y eventos, y sor María así lo hizo. Sus dichos fueron corroborados por los frailes franciscanos, así que el inquisidor no pudo más que rendirse ante los hechos y reconocer que era algo sobrenatural y no por causa de Satanás, sino de Dios mismo.
    Al punto tal fue tan importante lo acontecido que el propio rey Felipe IV mandó imprimir un libro titulado “Memorial de Benavidez”, donde se narra cómo a partir de las visitas misioneras de una monja de clausura de Soria los nativos americanos de México solicitaron el bautismo a los sacerdotes.

    El padre Damián Massanet, un franciscano que misionaba en tierra mexicanas, en una extensa carta al cosmógrafo Carlos de Sigüenza, pariente del poeta Luis de Góngora, narra sus vivencias sobre “la dama de azul”:
    “...y por no tener más tiempo, sólo referiré lo más particular de todo. Y fue estando en el pueblo de los Tejas después de haber repartido ropa a los indios y al gobernador, una tarde dijo dicho gobernador que le diesen un pedazo de bayeta azul para mortaja y enterrar a su madre cuando muriese. Yo le dije que de paño sería mejor y él dijo que no quería otro color sino el azul.
    Preguntele qué misterio tenía el color azul y dijo dicho gobernador que ellos querían mucho dicho color y enterrarse particularmente con ropa deste color porque en otro tiempo los iba a ver una mujer muy hermosa la cual bajaba de lo alto. Y dicha mujer iba vestida de azul y que ellos querían ser como dicha mujer.
    Y preguntándoles si hacía mucho tiempo, dijo el gobernador no había sido en su tiempo y que su madre que era vieja la había visto, y los demás viejos también, de donde se ve claramente que fue la madre María de Jesús de Ágreda, la cual estuvo en aquellas tierras muchísimas veces, como ella misma confesó al padre custodio del Nuevo México”.

    Pero no solo eso. Sor María de Jesús es considerada una de las grandes escritoras del “siglo de oro español”, junto con san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, y otros.
    A su libro “La mística ciudad de Dios” lo escribió, al parecer, después de 1637, pero lo destruyó en 1649, quizá por temor a la Inquisición. Después lo rehizo de nuevo, terminándolo en 1660. El tema es la “historia divina y vida de la Virgen Madre de Dios... dictada y manifestada... por la misma señora a su esclava sor María de Jesús”.

    Este libro fue inspirador de numerosas vocaciones para el nuevo mundo, como ser: fray Junípero Serra, evangelizador de California; fray José Velázquez Fresneda, misionero en Cumaná en el territorio de Venezuela; fray Antonio Margil de Jesús evangelizador de México, Nicaragua, Guatemala y Costa Rica.
    La influencia de este escrito llega hasta el pasado cercano. En 1958, luego de leer el libro, los sacerdotes P. James Flanagan y el P. John McHugh, fundaron la “Sociedad de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad”, arquidiócesis de Santa Fe, en Nuevo México, con el fin de misionar por todo el mundo.

    Entre 1643 y 1665 se estableció una relación epistolar entre Felipe IV y sor María Jesús de Ágreda. Son más de 600 cartas entrecruzadas que constituyen una fuente historiográfica excepcional para conocer la política española del siglo XVII. Esta correspondencia finalizó con la muerte de la religiosa.
    En ellas interviene en los asuntos sociales y políticos dándole sus consejos al monarca. También mantuvo correspondencia con otros personajes ilustres del momento como Francisco de Borja o el futuro Papa Clemente IX. Asimismo escribió obras doctrinales, como “Escala para subir a la perfección”, “Leyes de la Esposa”, y “Autobiografía” (incompleta).

    “La Dama de Azul” murió el día de Pentecostés, 24 de mayo de 1665, a la hora de tercia. A los pocos meses, como si la falta de su fiel y sincera amiga le hubiera abatido, murió también Felipe IV. En 1673 se inició su proceso de beatificación, llegando a ser declarada venerable por Clemente X.
    Y es así como hasta el día de hoy, el misterio no se ha resuelto, pero el hecho de sus viajes están debidamente documentados y notariados y asombra, aún hoy en día, a nuestro cientificista S. XXI.
     


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