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"Ciudad Luz"

Historia

La historia del Cristo Redentor de Los Andes: el impulso de una aristócrata y dos países al borde de la guerra
 


Unas 3.000 personas asistieron a la inauguración del monumento (Wikipedia).
“El bronce colosal, alto de siete metros, pesado de cuatro toneladas, impone doblemente al espíritu, con la ingente grandeza de su emsemble (sic) y la magestad (sic) hierática de la actitud del Cristo, a la vez poderosa y apacible, imponente y dulce.
El ropaje galileo, con severa elegancia deja volar suavemente sus pliegues al viento de las cumbres; la mano levantada con indecible excelsitud, deja fluir por sus dedos la gracia celestial de la bendición urbi et orbi; y la cabeza, que es de una hermosura extra humana, llena de dolores sublimes y ansia de holocausto, concentra la magestad (sic) y la expresión del Cristo.
Aquella cabeza tan ideal y a la vez tan humana es una obra maestra”. Así, con la pomposa prosa de principios del siglo pasado, un anónimo cronista del diario La Nación describió el monumento Cristo Redentor inaugurado el 13 de marzo de 1904, en el paso de Uspallata, a 3854 metros sobre el nivel del mar, en un preciso punto de la frontera entre la Argentina y Chile.

Se concretaba así un proyecto que había comenzado por la iniciativa privada de una mujer de la alta sociedad argentina, que había recibido el beneplácito y el imprescindible impulso de la Iglesia Católica y que terminó simbolizando –más allá de la intención original de sus promotores– una promesa de paz entre los dos países luego de un difícil acuerdo de límites que, en realidad, no conformaba las expectativas de ninguno.
Esa intención era, por lo menos, la que remarcó al dar su bendición al monumental Cristo el obispo de la diócesis chilena de San Carlos de Ancud, Ramón Ángel Jara:
“Se desplomarán primero estas montañas, antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada a los pies del Cristo Redentor”.

Pese a la inclemencia de los vientos cordilleranos, una multitud participó de la ceremonia inaugural, luego de una poco cómoda ascensión a lomo de mula. Por cuestiones de agenda –o por lo menos eso fue lo que se dijo oficialmente de uno y otro lado– no pudieron asistir los presidentes de la Argentina y de Chile, Julio Argentino Roca y Germán Riesco, que enviaron en sus lugares a sus cancilleres, el argentino José Antonio Terry y el chileno Mariano Antonio Espinoza.
Para llegar hasta allí y ser montado sobre un pedestal de hormigón capaz de resistir el difícil clima de las alturas de la cordillera, el Redentor metálico -la estatua más grande de la América del Sud, como la definieron los diarios de la época- debió recorrer un largo camino, sacudido en parte por las tensiones entre dos países que siempre se reconocieron hermanos pero que habían estado a punto de entrar en guerra.

La idea primigenia de llevar un Cristo Redentor a las alturas de los Andes fue de una de las que por entonces se llamaban “damas patricias”, Angela Oliveira Cézar de Costa, cuñada del político y escritor Eduardo Wilde y vieja amiga del presidente Roca.
Mujer de iniciativa, doña Ángela conversó el proyecto con el hombre de la curia que consideraba más indicado, el obispo de San Juan de Cuyo, monseñor Marcolino del Carmelo Benavente, también persona de su amistad. Así, como tantas otras veces, la Iglesia y la alta sociedad argentinas unían en una misión conjunta.

La aristócrata y el obispo coincidieron en que el Cristo sería un símbolo de paz para los dos pueblos hermanos y hasta definieron una fecha para su inauguración, el 20 de febrero de 1903, en coincidencia con los 25 años de pontificado de su santidad el papa León XIII, quien desde el trono de Roma había reclamado al mundo paz y armonía inspirándose en la figura del Cristo Redentor.
Corría 1899 y como prueba de que se trataba de una iniciativa por fuera de la órbita del Estado consta que los primeros fondos para construir el monumento se obtuvieron de una colecta motorizada por el obispo Benavente y la señora Oliveira Cézar de Costa en las provincias de San Juan, Mendoza, San Luis y la ciudad de Buenos Aires.

No les fue mal, porque en 1900 recaudaron 30.000 pesos, una suma nada despreciable para la época.
Tanto el obispo como la dama pensaban comprometer después a los gobiernos de Argentina y de Chile, pero por el momento la prioridad era iniciar la obra y para eso el primer paso era elegir al escultor.
Según la revista Caras y Caretas, la comisión formada para erigir el monumento convocó a dos artistas para que presentaran sus proyectos: el catalán Mateo Alonso y un italiano de apellido Rameghini, cuyo nombre de pila y sus obras no han quedado en la historia.
Fue elegido el de Alonso, con la condición de que eliminara una serie de ornamentos con que pretendía adornar la cruz. La idea del obispo y de la dama era que monumento al Cristo Redentor fuera lo más despojado posible.
 


El Estado y la política

En un principio, el lugar para emplazar el monumento fue motivo de dudas. El obispo Benavente propuso en primera instancia el paso de Uspallata, pero luego aparecieron otras dos posibilidades.
“No está decidido aún el paraje mismo en que se erguirá la imagen, pues hasta la fecha se tendrían en vista no menos de tres puntos adecuados antes de llegar al Puente del Inca”, decía un artículo del diario La Nación en marzo de 1902.

Los vaivenes de las relaciones entre la Argentina y Chile por el diferendo limítrofe habían entrado en juego.
Aunque los presidentes de los dos países se habían reunido en febrero de 1899 para llegar a un acuerdo pacífico, Entre 1901 y 1902 los rumores de una posible guerra estaban a la orden del día y los medios exageraban muchas veces incidentes de poca importancia, lo que exacerbaba el clima bélico.

“Si hacemos un recorrido por las instancias de negociaciones entre Argentina y Chile de esos meses, podemos encontrar alguna explicación a estas idas y venidas. Es en mayo de 1902 que se firman los “Pactos de Mayo”, por los cuales se puso fin definitivamente al conflicto y a los rumores de guerra inminente.
Meses después, en noviembre, a través del árbitro inglés, se establece que el límite internacional estaba en una línea intermedia, entre las altas cumbres (que era lo que Argentina pretendía) y la divisoria de aguas (lo proclamado por Chile).

Por esto que decidir el lugar en el que la escultura iba a emplazarse en la cordillera no era fácil antes del tratado final”, explica la investigadora Patricia Corsani en su trabajo “El Cristo Redentor entre argentinos y chilenos o la representación de la Paz perpetua entre los pueblos”.
Recién con el laudo inglés del 20 de noviembre de 1902, los aprestos bélicos –que habían incluido las compras urgentes de acorazados y destructores por parte de los dos países– fueron dejados de lado y quedaron las puertas abiertas para definir el lugar que ocuparía el monumento.
 


El Cristo y las dos damas

Mientras tanto, en Buenos Aires, la construcción del monumento avanzaba sin prisa pero sin pausas. En su edición del 2 de agosto de 1902, El Diario, un medio de la época, publicó una serie de dibujos que muestran los diversos pasos del proceso de creación del Cristo, desde un pequeño boceto en arcilla y su posterior traspaso al bronce hasta el modelo de 7 metros de altura y la fundición de cada pieza por separado en el tamaño definitivo.
Por pedido de monseñor Benavente, parte del bronce utilizado para la estatua provino de cañones utilizados en la guerra del Paraguay, otro símbolo de paz fundido en las entrañas del Redentor de los Andes.

Una vez terminada la estatua, se la exhibió en el patio del Colegio Lacordaire de Buenos Aires, perteneciente a la orden de los domínicos, que ocupaba en la manzana de Esmeralda, Tucumán, Suipacha y Viamonte.
Allí la dama de sociedad dio el paso siguiente e invitó a su amigo el presidente Roca a visitar la muestra con un mensaje que sugería que el Cristo podía convertirse en prenda de paz para los dos países.

La carta de puño y letra con que Roca respondió al convite muestra que el presidente vio claramente la oportunidad:
“La idea de la estatua de Cristo Redentor, para conmemorar la paz definitiva con Chile, me parece muy cristiana, muy patriótica y muy digna de aplauso.
Iré con gusto a verla como Ud. me pide, y si, en efecto es una obra de arte como Ud. la juzga y en armonía con el gran objeto que debe simbolizar, no tendré inconveniente en cooperar a su colocación en una de las más altas cimas de los Andes, como para decir al mundo que estos dos pueblos han olvidado para siempre sus rencillas y vuelto a la vieja y gloriosa amistad.
Me parece muy bien lo que Ud. piensa proponerles a los delegados chilenos, así la obra será común y tendrá más mérito”, decía el presidente y, de alguna manera, fijaba cuál sería el emplazamiento del Cristo, el límite entre los dos países en las alturas de los Andes.

El 28 de mayo de 1903, una delegación chilena visitó la muestra y dio su acuerdo para compartir la inauguración de la obra en la frontera.
Solo quedaba trasladarla y montarla sobre el pedestal de hormigón y acero laminado que el ingeniero mendocino Juan Molina Civit estaba construyendo a partir de un bosquejo del escultor que incluía un altorrelieve que mostraba a dos damas con túnicas abrazándose, como representación de la unión de los dos pueblos.
Las mujeres de la figura podían identificarse con facilidad: una tenía los rasgos de la primera dama de Chile, María Errázuriz Echaurren de Riesco, y la promotora de la obra, la argentina Ángela de Oliveira Cézar de Costa.
 


Un traslado monumental

Llevar el monumento desde Buenos Aires hasta Mendoza y, desde allí, al lugar del emplazamiento fue una tarea que requirió una movida compleja. Las piezas de bronce del Cristo se transportaron 1320 kilómetros por tren desde Buenos Aires hasta cerca de Las Cuevas, a 8,5 kilómetros del sitio de emplazamiento, y luego se las subió a lomo de mula hasta la cumbre andina, a 3854 metros.
El 15 de febrero de 1904 quedó terminado el pedestal, cuya construcción exigió el trabajo unos cien obreros. Sobre esa base, el escultor Mateo Alonso dirigió los trabajos de montaje de las piezas de bronce hasta completar el Cristo.

La figura de Jesús quedó colocada de manera que mirara siguiendo la línea del límite, en pie sobre la mitad de un globo terráqueo. Como se puede ver hoy, con la mano izquierda sostiene la cruz, de 7 metros de altura, apoyada sobre el hemisferio terrestre, y con la derecha parece impartir la bendición.
El día anterior a la inauguración, las fuerzas argentinas que iban a estar en el acto en el acto se concentraron en Las Cuevas. Había tropas del Regimiento I de Artillería de Montaña, una compañía del 2° de Cazadores de los Andes y la Banda 10 de música de la Infantería de Buenos Aires.

Mientras tanto, en el balneario termal del Puente del Inca, sobre el río Las Cuevas, el hotel vio su capacidad superada por lo que hubo que montar carpas para albergar a unas doscientas personas que pasarían la noche allí. Eran funcionarios argentinos y chilenos, periodistas, fotógrafos y simples curiosos.
En total sumaban más de tres mil, que a la mañana siguiente ascendieron penosamente en lomo de mula hasta el emplazamiento del monumento. Llegaron alrededor de las 9 de la mañana del 13 de marzo y debieron esperar una hora más, por un retraso de las tropas chilenas.

Se cantaron los himnos de los dos países, se dispararon 21 salvas y finalmente se descubrió al Cristo Redentor, el mismo que 120 años después de aquel día sigue mirando la línea de la frontera que separa a Chile y la Argentina.  


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